Si Martin Luther King Jr. estuviera vivo hoy ofrecería el mismo discurso que dijo un 30 de abril del año 1967 “Por qué me opongo a la guerra en Vietnam” sólo que hoy cambiaría el nombre de la nación a Siria. Al remontarnos en el tiempo, la base que dio lugar a este particular sermón sigue siendo la misma. La nación americana continúa el ciclo una y otra vez en torno a las guerras que ha confrontado. Hoy es un tema controversial al igual que lo fue cuando King se expresó sobre Vietnam. Su conciencia no lo dejaba en paz, y según él no tenía otra opción que expresar su sentir. Hoy podemos todos tomar otras decisiones para modificar y cambiar nuestro futuro para no cometer un grave error. Que la paz y la diplomacia pueda brindar mejores resultados en este asunto de Siria. King siempre supo que no es cuestión de los hechos pasados sin remedio, sino que esos hechos nos pueden servir para la toma de mejores decisiones en el presente. Tenemos que romper con los ciclos y no dirigirnos a la aniquilación de nosotros mismos, sino saber que existen otros futuros posibles entre ellos el que soñaba Martin Luther King Jr.
A continuación el sermón "Por qué me opongo a la guerra en Vietnam" que ofreciera Martin Luther King Jr. en la Iglesia Bautista Ebenezer en el año 1967. King es recordado por su notorio discurso "Yo tengo un sueño" pero el tema a continuación caló de igual manera en la conciencia de un pueblo:
El sermón que estoy predicando esta mañana en algún sentido no es el tipo habitual de predicación, pero realmente es un tema importante, puesto que lo que voy a hablar hoy es uno de los temas más controvertidos que enfrenta nuestra nación. El título de lo que voy a compartir es "¿Por qué me opongo a la guerra en Vietnam?."
Y quiero dejarlo claro desde el principio, veo esta guerra como una guerra injusta, malvada, e inútil. Estoy predicando sobre la guerra en Vietnam, porque mi conciencia no me deja otra opción. Le ha llegado el momento a América de oír la verdad sobre esta trágica guerra, en los conflictos internacionales, la verdad es difícil de encontrar porque la mayoría de las naciones son engañadas acerca sí mismas. La racionalización y la búsqueda incesante de subterfugios son las "cataratas" psicológicas que nos impiden ver nuestros pecados. Pero el día del patriotismo superficial ha pasado. El que vive la vida con falsedad vive en esclavitud espiritual. La libertad sigue siendo todavía el pago que recibimos por conocer la verdad. "Conoceréis la verdad", dice Jesús, "y la verdad os hará libres." He elegido predicar sobre la guerra en Vietnam porque estoy de acuerdo con Dante, que los lugares más calientes del infierno están reservados para aquellos, que en un período de crisis moral, mantienen su neutralidad. Llega un momento en que el silencio se convierte en traición.
La verdad de estas palabras están lejos de cualquier duda, pero la misión a la que nos llaman es de las más difíciles. Incluso presionados por las exigencias de la verdad interior, los hombres no son proclives de asumir la tarea de oponerse a la política de su gobierno, especialmente en tiempos de guerra. Tampoco el espíritu humano se mueve sin grandes resistencias frente a la apatía del pensamiento conformista dentro de nosotros mismos y en el mundo que nos rodea. Por otra parte, cuando los temas en cuestión son tan desconcertantes, como sucede frecuentemente en el caso de este terrible conflicto, estamos siempre a punto de ser paralizados por la duda. Pero tenemos que seguir adelante. Algunos de los que ya han comenzado a romper el silencio de la noche han descubierto que el llamado a hablar suele ser una vocación de agonía. Pero debemos hablar. Tenemos que hablar con toda la humildad que corresponde a nuestra limitada visión, pero debemos hablar. Y debemos alegrarnos también, pues en toda nuestra historia nunca ha habido desacuerdo tan monumental durante una guerra en el pueblo estadounidense.
Las encuestas revelan que casi quince millones de estadounidenses se oponen explícitamente a la guerra de Vietnam. Millones adicionales no se atreven a apoyarla. E incluso los millones de personas que apoyan la guerra lo hacen con el corazón partido, a medias, confusamente, y llenos de dudas. Esto revela que millones de personas han optado por ir más allá de la profecía de patriotismo llano, a las tierras altas de la disidencia firme, en base a los mandatos de la conciencia y la lectura de la historia. Ahora, por supuesto, una de las dificultades para hablar hoy en día crece por aquellos que están tratando de equiparar el desacuerdo con la deslealtad. Son días negros en nuestro país cuando las más altas autoridades del país están usando todos los métodos para acallar la disidencia. Pero algo está pasando, y la gente no va a ser silenciada. La verdad debe ser contada, y yo digo que los que están tratando de hacer creer que todo aquel que se opone a la guerra en Vietnam es un tonto o un traidor o un enemigo de nuestros soldados es alguien que ha tomado una posición que se opone a lo mejor de nuestra tradición.
Sí, debemos ponernos de pie, y debemos hablar. He tratado de romper la traición de mis propios silencios y hablar desde mi corazón en llamas, para exigir radicalmente que se parara la destrucción de Vietnam. Muchas personas me han cuestionado sobre la sabiduría de mi camino. En el centro de sus preocupaciones, está siempre la pregunta: "¿Por qué el Dr. King ha de hablar de la guerra? ¿Por qué unirse a las voces de la disidencia?" La paz y los derechos civiles no se mezclan, dicen. Y por lo que esta mañana, me dirijo a ustedes en este asunto, es porque estoy decidido a llevar el Evangelio hasta sus últimas consecuencias. Vengo esta mañana a mi púlpito para hacer una súplica apasionada a mi amada nación.
Este sermón no se dirige a Hanoi, o el Frente de Liberación Nacional. No se dirige a China o Rusia. Tampoco es un intento de pasar por alto la ambigüedad de la situación y la necesidad de una solución colectiva a la tragedia de Vietnam. No es tampoco un intento de hacer de Vietnam del Norte o del Frente de Liberación Nacional por dechados de virtud, ni pasar por alto el papel que deben jugar en una resolución plausible del problema. Esta mañana, sin embargo, no me gustaría hablar con Hanoi y o el Frente de Liberación Nacional, sino más bien a mis conciudadanos, aquellos que tienen la mayor responsabilidad, y entraron en un conflicto que ha costado un alto precio en ambos continentes.
Ahora bien, soy un predicador por vocación y llamado, y supongo que no extrañará que tenga siete razones importantes por poner a Vietnam en el campo de mi visión moral. Hay una relación muy obvia y casi simplista entre la guerra de Vietnam y la lucha que yo y otros hemos estado librando en los Estados Unidos. Hace unos años hubo un rayo de esperanza en esa lucha. Parecía que había una promesa real de esperanza para los pobres, tanto blancos como negros, gracias al "Programa de Pobreza". Hubo experiencias, esperanzas y nuevos comienzos. Luego la guerra de Vietnan y el incremento de tropas. Y he visto el programa roto como si fuera un juguete político inservible a manos de una sociedad se había vuelto loca con la guerra. Y entonces supe que América nunca invertiría los fondos necesarios o las energías en la rehabilitación de sus pobres mientras aventuras como Vietnam continuen atrayendo a los hombres, sus habilidades y el dinero, como un demoniaco y destructivo aspirador. Y es posible que no lo sepan, mis amigos, pero se calcula que se gastarán 500.000 dólares en matar a cada soldado enemigo, mientras gastamos sólo cincuenta y tres dólares por cada persona clasificada como pobre, y gran parte de esos cincuenta y tres dólares van para salarios de personal que no son pobres. Así que me he visto obligado a ver la guerra como un enemigo de los más pobres, y combatirla como tal.
Quizás el reconocimiento más trágico de esa realidad fue cuando vi claro que la guerra estaba haciendo algo mucho peor que aniquilar la esperanza de los pobres en el país. Está enviando a sus hijos y sus hermanos, a sus maridos a luchar y morir en una proporción extraordinariamente más alta que la de el resto de la población. Tomamos a jovenes negros previamente arruinados por la sociedad y los enviamos a ocho mil millas de distancia para garantizar las libertades en el Sureste asiático, esas mismas que no habían encontrado en el sureste de Georgia y el este de Harlem. Así hemos estado varias veces frente a la cruel ironía televisada de ver a jóvenes negros y blancos, y que van a matar y morir juntos por una nación que no ha podido sentarlos juntos en la misma clase de la escuela. Los vemos en brutal solidaridad, quemando las chozas de un pueblo pobre. Y sin embargo difícilmente vivirán en el mismo bloque de edificios en Chicago o Atlanta. Es por esto, que no podía mantenerme en silencio frente a esta cruel manipulación de los pobres.
Mi tercera razón se mueve a un nivel aún más profundo de la conciencia, ya que surge de mi experiencia de los últimos tres años en los getos del Norte, especialmente en los tres últimos veranos. He caminado entre los desesperados, los rechazados y los jóvenes airados, y les he dicho que los cócteles molotov y los fusiles no resolverían sus problemas. He tratado de ofrecerles mi más profunda compasión manteniendo al mismo tiempo mi firme convicción que el cambio social adquiere su verdadera significancia a través de la acción no violenta, ellos me escriben y me preguntan, "¿Y qué pasa con Vietnam?" Se preguntan si nuestro país no está usando dosis masivas de violencia para resolver sus problemas y lograr los cambios que quiere. Sus preguntas tocaron mi corazón, y yo sabía que nunca más podría elevar mi voz contra la violencia de los oprimidos en los getos sin primero haber hablado claramente de el mayor suministrador de violencia en el mundo de hoy: mi propio gobierno. Por el bien de los niños, por el bien de este gobierno, por el bien de los cientos de miles que tiemblan bajo nuestra violencia no puede estar callado. Hemos cosechado montones de aplausos en los últimos años. Aplaudieron nuestro movimiento, me han aplaudido a mí. América y la mayoría de sus periódicos me aplaudieron en Montgomery. Cuando me puse delante de miles de negros al borde de los disturbios y la rebelión cuando mi casa fue quemada y dije, no podemos hacerlo así. Ellos nos aplaudieron en la sentada de el movimiento - que de forma no violenta decidió sentarse en los comedores de las cafeterias y restaurantes. Nos aplaudieron en los “Viajes de la Libertad” cuando recibimos golpes sin responderlos. Ellos nos elogiaron en Albany y Birmingham y Selma, Alabama. ¡Oh, la prensa fue tan noble en sus aplausos, y tan noble en sus elogios cuando estaba diciendo: No sean violentos contra Bull Connor, cuando estaba diciendo: no sean violentos contra Jim Clark (shérif segregacionista de Selma, Alabama). Hay algo extrañamente incoherente en una nación y una prensa que te alaben cuando dices, no seamos violentos contra Jim Clark, pero te maldicen y condenan cuando dices, no seamos violentos con los pequeños niños vietnamitas. ¡Algo está mal en la prensa!
Como si el peso de ese compromiso con la vida y la prosperidad de los Estados Unidos no fuera suficiente, otra carga de responsabilidad recaía sobre mí en 1964. Y no puedo olvidar que el Premio Nobel de la Paz no es algo sin importancia, pues para mi fue un mandato, un mandato para trabajar más duro de lo que he trabajado nunca por la hermandad del hombre. Este es un llamado que me lleva más allá de las lealtades nacionales. Pero incluso si todo esto no estuviera presente, todavía tendría que vivir dándole sentido a mi compromiso con el ministerio de Jesucristo. Para mí, la relación de su ministerio con la consecución de la paz es tan obvia que a veces me maravilla los que me preguntan por qué estoy hablando en contra de la guerra. ¿Podrá ser que no sepan que la buena nueva era para todos los hombres, para los comunistas y los capitalistas, para sus hijos y los nuestros, para blancos y negros, para el revolucionario y el conservador?. ¿Han olvidado que mi ministerio es en obediencia a Aquel que amó a sus enemigos tan plenamente que murió por ellos? Entonces, ¿Qué puedo decir para el Vietcong, o Castro, o Mao, como fiel ministro de Cristo Jesús? ¿Puedo amenazar de muerte, o más bien compartiré mi vida con ellos? Por último, debo ser fiel a mi convicción, que comparto con todos los hombres, el llamado a ser hijos del Dios viviente. Más allá de la convocatoria de la raza o nación o credo es esta una vocación de filiación y de fraternidad. Y porque creo que el Padre está muy preocupado, sobre todo por el sufrimiento de niños indefensos y marginados, vengo a hablar hoy por ellos. Me planteo la locura de Vietnam y busco dentro de mí la manera de entender y responder con compasión, y mi mente vuelve constantemente a la gente de esa península. No hablo ahora de los soldados de cada lado, ni del gobierno militar de Saigón, sino simplemente de las personas que han estado bajo la maldición de la guerra durante casi tres décadas. Pienso en ellos, también, porque está claro que no habrá solución significativa hasta que alguien intente conocer esa gente y escuchar sus llantos rotos.
Ahora, déjenme contarles la verdad al respecto. Tienen que ver con los estadounidenses como extraños libertadores. ¿Sabían que el pueblo vietnamita proclamó su independencia en 1945 después de una ocupación conjunta francesa y japonesa?. Y dicho sea de paso, esto fue antes de la revolución comunista en China. Ellos fueron dirigidos por Ho Chi Minh. Este es un hecho poco conocido, este pueblo se declaró independientes en 1945. Citan nuestra Declaración de Independencia en su documento de libertad, y sin embargo nuestro gobierno se negó a reconocerlos. El presidente Truman dijo que no estaban preparados para la independencia. Así que desde ese mismo momento fueron víctimas como nación de la misma arrogancia letal que ha envenenado la situación internacional en todos estos años. Francia, a continuación, se dispuso a reconquistar su antigua colonia. Y lucharon ocho largos años, duros, brutales tratando de reconquistar Vietnam. ¿Saben quien ayudó a Francia? Los Estados Unidos de América. Llegó el punto en que contribuíamos con más de un ochenta por ciento de los costos de la guerra. Incluso cuando Francia comenzó a perder la confianza por su acción temeraria, nosotros no lo hicimos. Y en 1954, fue convocada una reunión en Ginebra, y se llegó a un acuerdo, pues los franceses habían sido derrotados en Dien Bien Phu. Pero incluso después de eso, y después de los Acuerdos de Ginebra, nosotros no nos detuvimos. Debemos enfrentar el triste hecho de que nuestro gobierno trabajó, realmente, para sabotear los Acuerdos de Ginebra. Bueno, pues después que los franceses fueron derrotados, parecía como si la independencia y la reforma agraria llegarían a través del acuerdo de Ginebra. Pero en lugar de eso los Estados Unidos fueron y comenzaron a apoyar a un hombre llamado Diem, que resultó ser uno de los dictadores más crueles en la historia de la humanidad. Laminó toda oposición. Las personas fueron brutalmente asesinados, por levantar sus voces contra la política brutal de Diem. Y los campesinos vieron horrorizados como Diem despiadadamente desarraigaba toda oposición. Los campesinos vieron como todo esto fue alentado por la influencia de Estados Unidos y por un número creciente de tropas estadounidenses que vinieron a ayudar a sofocar la insurgencia que los métodos de Diem había despertado. Cuan felices debieron sentirse cuando Diem fue derrocado, pero una larga serie de dictaduras militares no ofrecieron ningún cambio real, especialmente en su necesidad de tierras y paz. Y ¿A quién estamos apoyando hoy en Vietnan? A un hombre llamado general Ky [Vice mariscal del ejercito del Aire Nguyen Cao Ky] que luchó con los franceses en contra de su propio pueblo, y que una vez dijo que el héroe más grande es Hitler. Esto es lo que hoy estamos apoyando en el Vietnam. ¡Oh, nuestro gobierno y la prensa no nos dicen estas cosas!, pero Dios me ha dicho que te lo diga en esta mañana. La verdad debe ser dicha.
El único cambio que vino de América es nuestro compromiso de aumentar nuestras tropas en apoyo de gobiernos especialmente corruptos, ineptos y sin apoyo popular y mientras la gente leía nuestros folletos, pregonando promesas de paz, democracia, y reforma agraria. Ahora sepultadas bajo nuestras bombas y nos consideran el verdadero enemigo, no a sus compatriotas. Caminan tristes y apáticos como rebaños sacados de la tierra de sus padres a los campos de concentración, donde raramente se cumple el mínimo de las necesidades básicas. Saben que deben moverse o serán destruidos por nuestras bombas. Así que se mueven, principalmente las mujeres, los niños y los ancianos. Ven como envenenamos sus aguas, como arrasamos un millón de hectáreas de sus cultivos. Deben llorar con el rugido de las excavadoras preparadas para destruir sus preciosos árboles. Deambulan por sus ciudades y ven miles y miles de niños, personas sin hogar, sin ropa, corriendo en bandadas por las calles como si fueran animales. Ven a sus niños humillados por nuestros soldados, mendigando por un poco de comida. Ven a los chicos vendiendo a sus hermanas a nuestros soldados, prostituidas por sus madres. Hemos destruido sus dos preciadas instituciones: la familia y el pueblo. Hemos destruido sus tierras y sus cultivos. Hemos colaborado en el aplastamiento de la única fuerza política revolucionaria no comunista, la Iglesia Budista Unificada. Ese es el papel que ha tomado nuestro país, el papel de aquellos que hacen imposibles las revoluciones pacíficas, pero que se niegan a renunciar a los privilegios y placeres que viene de los inmensos beneficios de las inversiones en el extranjero. Estoy convencido de que si queremos estar en el lado correcto de la revolución mundial, nosotros, como nación, debemos someternos a una revolución radical de los valores. Tenemos que empezar rápidamente la transición de una sociedad orientada hacia las cosas hacia una sociedad orientada a las personas. Mientras las máquinas y las computadoras, el afán de lucro y los derechos de propiedad son considerados más importantes que las personas, la tripleta gigantesca del racismo, el militarismo y la explotación económica es imposible de derrotar.
Cuando una verdadera revolución de valores llega, de repente nos hace cuestionarnos la imparcialidad y la justicia de muchas de nuestras políticas actuales. Por un lado, estamos llamados a jugar el papel del Buen Samaritano en la camino de la vida, pero eso sólo será el principio. Un día tendremos que llegar a ver que todo el camino a Jericó debe ser cambiado para que los hombres y mujeres no sean constantemente golpeados y robados mientras hacen su recorrido por la carretera de la vida. La verdadera compasión es algo más que lanzar una moneda a un mendigo. Una verdadera revolución de valores inmediatamente girará su vista inquieta con justa indignación sobre el enorme contraste de pobreza y riqueza. Se mirará a través de el mar y se verá a los capitalistas de Occidente invertir grandes sumas de dinero en Asia, África y América del Sur, sólo para tomar los beneficios sin ninguna preocupación por la mejora social de los países, y dirá: "Esto no es justo" Se verá nuestra alianza con los terratenientes de América Latina y diremos: "Esto no es justo." La tradicional arrogancia occidental de que tiene mucho que enseñar a otros y nada que aprender de ellos, no es justa. Una verdadera revolución de valores pondrá las manos sobre el orden mundial y dirá de la guerra, "Esta manera de resolver las diferencias, no es justa." Este negocio de quemar seres humanos con napalm, de llenar los hogares de nuestro país con huérfanos y viudas, de inyectar drogas venenosas de odio en las venas de los pueblos, de devolver desde oscuros y sangrientos campos de batalla de vuelta a casa a hombres minusválidos y sicológicamente trastornados, no puede reconciliarse con la sabiduría, la justicia y el amor. Una nación que continúa año tras año gastando más dinero en defensa militar que en programas de mejora social se está acercando a la muerte espiritual.
¡Oh, mis amigos, si hay algo que tenemos que ver es que vivimos en tiempos revolucionarios. En toda la tierra los hombres se rebelan contra los viejos sistemas de explotación y opresión, y de las heridas de un mundo frágil, nuevos sistemas de justicia e igualdad están naciendo. Los descamisados y descalzos de la tierra se está levantando como nunca antes. El pueblo asentado en tinieblas vio una gran luz. Ellos están diciendo, inconscientemente, como se dice en una de las canciones de nuestra libertad, "No voy a permitir que nadie me la quite" Es un hecho lamentable que debido a la comodidad, la complacencia, un temor mórbido al comunismo, nuestra propensión a adaptarnos a la injusticia, las naciones occidentales que iniciaron gran parte del espíritu revolucionario del mundo moderno se han convertido en el frente anti-revolucionario. Esto ha llevado a muchos a pensar que sólo el marxismo tiene un espíritu revolucionario. Es por eso que el comunismo pone de manifiesto nuestra incapacidad para hacer de la democracia una realidad y darle continuidad a las revoluciones que hemos iniciado. Nuestra única esperanza hoy reside en nuestra capacidad de recuperar el espíritu revolucionario y salir a un mundo, tantas veces hostil, a declararle nuestra hostilidad eterna a la pobreza, al racismo y al militarismo. Con este poderoso compromiso salimos audazmente a desafiar el status quo, salimos audazmente a desafiar las injusticias, para así acercar el día en que "Todo valle será exaltado, y se bajará todo monte y collado, los caminos torcidos serán enderezados, y los caminos ásperos allanados, y toda carne verá la salvación de Dios"
Una genuina revolución de valores significa finalmente que nuestra lealtad debe ser ecuánime en lugar de parcial. Cada nación deberá desarrollar una lealtad primordial a la humanidad en su conjunto para así preservar lo mejor en su propia sociedad. Es un llamado para la fraternidad en todo el mundo que eleve la preocupación por el prójimo más allá de la tribu, raza, clase y nación, es en realidad un llamado a un absoluto e incondicional amor a todos los hombres. Esto tan a menudo mal entendido y mal interpretado, tan fácilmente desestimado por los Nietzsche del mundo como una fuerza débil y cobarde, se ha convertido en una necesidad absoluta para la supervivencia de la humanidad. Y cuando hablo de amor no estoy hablando de algún tipo de respuesta sentimental y débil. Me refiero a esa fuerza que todas las grandes religiones han visto como el principio supremo unificador de la vida. El amor es de alguna manera la llave que abre la puerta que conduce a la realidad última. Esta creencia compartida por hindúes, judios, cristianos, musulmanes y budistas sobre la realidad final es hermosamente resumido en la primera epístola de Juan:. "Y nosotros hemos conocido y creído el amor que Dios tiene para con nosotros. Dios es amor; y el que permanece en amor, permanece en Dios, y Dios en él. En esto se ha perfeccionado el amor en nosotros"
Permítanme decirles para terminar que si me opongo a la guerra de Vietnam es porque amo a los Estados Unidos. Alzo mi voz en contra de esta guerra, no con ira, pero si con ansiedad y tristeza en mi corazón, y, sobre todo, con un apasionado deseo de ver a nuestro querido país eregirse como ejemplo moral del mundo. Alzo mi voz contra esta guerra, porque estoy decepcionado con los Estados Unidos. Y no puede haber una gran decepción cuando no hay amor. Estoy decepcionado con nuestro fracaso en afrontar positiva y francamente los tres males del racismo, la explotación económica y el militarismo. Actualmente estamos adentrándonos en un callejón sin salida que puede conducirnos al desastre nacional. América se ha extraviado en el lejano país del racismo y el militarismo. La casa de todos los estadounidenses fue fundada sólidamente y estructurada en sus ideales; sus pilares se basan sólidamente en las ideas de nuestra herencia judeo-cristiana: Todos los hombres son creados a imagen de Dios. Todos los hombres son hermanos. Todos los hombres son creados iguales. Cada hombre es heredero de un legado de dignidad y el valor. Todo hombre tiene derechos que no son conferidos, ni conferidos por el Estado, son dados por Dios. De una misma sangre, Dios hizo todos los hombres que moran sobre la faz de la tierra. ¡Qué maravilloso fundamento para cualquier hogar! Que lugar glorioso y saludable para habitar. Pero los Estados Unidos se extraviaron, y este extravío contranatura no sólo ha traído confusión y desconcierto. Ha dejado corazones doloridos por la culpa y mentes distorsionadas con la irracionalidad.
Es hora de que las personas de conciencia hagan un llamamiento a los Estados Unidos para volver a casa. Vuelve a casa, América. Omar Khayyam tiene razón: "El movimiento de los dedos escribe, y continuamos escribiendo" Hoy hago un llamamiento a Washington. Hago un llamamiento a todos los hombres y mujeres de buena voluntad de los Estados Unidos. Hago un llamamiento a los jóvenes de América que deben tomar hoy una decisión y una postura sobre esta cuestión. Mañana puede ser demasiado tarde. El libro se puede cerrar. Y no dejes que nadie te convenza de que Dios escogió a América como su divina fuerza mesiánica para ser una especie de policía de todo el mundo. Dios tiene una forma de confrontar a las naciones en juicio, y parece que puedo escuchar a Dios diciendo a los Estados Unidos, "¡Eres tan arrogante! Si no cambias tus maneras, yo me levantaré y romperé la columna vertebral de tu poder, y lo pondré en manos de una nación que ni siquiera conoce mi nombre. Estad quietos y conoced que yo soy Dios."
No siempre es fácil tomar posición por la verdad y la justicia. A veces significará frustración. Cuando dices la verdad y tomas una posición, a veces implica que tendrás que caminar por las calles con un corazón cargado. A veces significa perder el trabajo, a veces significa ser burlados y despreciados. Puede significar un niño de siete u ocho años diciendo a su papá, "¿Por qué tienes que ir tanto a la cárcel?" Y he aprendido desde hace ya mucho tiempo que ser un seguidor de Cristo Jesús significa tomar la cruz. Y mi Biblia me dice que el Viernes Santo viene antes de la Pascua. Antes de la corona que portaremos, está la cruz que debemos cargar. Carguémosla. Carguémosla por la verdad, carguémosla por la justicia, carguémosla por la paz. Salgamos esta mañana con esa determinación. Yo no he perdido la fe. No estoy desesperado, porque sé que hay un orden moral. No he perdido la fe, porque el arco de la verdad derribado se levantará de nuevo. Todavía puedo cantar "Venceremos" ("We Shall Overcome") porque Carlyle estaba en lo cierto: "Ninguna mentira puede vivir para siempre" Venceremos porque William Cullen Bryant tenía razón: "La Verdad apremia a la tierra para levantarse otra vez." Venceremos porque James Russell Lowell estaba en lo cierto: "Cuando la verdad está en el cadalso, el mal está en el trono" Sin embargo, ese andamio se tambalea en el futuro. Venceremos porque la Biblia tiene razón: "Uno cosecha lo que siembra" Con esta fe seremos capaces de esculpir una piedra de esperanza de la montaña de la desesperación. Con esta fe podremos transformar el sonido discordante de nuestro mundo en una hermosa sinfonía de fraternidad. Con esta fe seremos capaces de acercar el día en que la justicia fluya como el agua y la rectitud como un poderoso río. Con esta fe seremos capaces de apremiar el día en que el león y el cordero yaceran juntos, y cada uno se sentará bajo su parra y bajo su higuera, y no habrá que temer, porque la Palabra del Señor lo dice. Con esta fe seremos capaces de acercar el día en que todo el mundo pueda unir sus manos y cantar las palabras del viejo espiritual negro: "¡Libres al fin! ¡Libres al fin! Gracias Dios Todopoderoso, pues somos libres al fin! " Con esta fe, nosotros cantaremos de la misma forma que nos preparamos para cantar ahora. Los hombres volverán sus espadas en rejas de arado y sus lanzas en hoces. Y las naciones no se levantarán contra las naciones, ni se adiestrarán más para la guerra. Y yo no sé ustedes, yo no me voy a adiestrar para la guerra nunca más.
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