Entendemos el proceso evolutivo espiritual como la transformación del ser humano a mayores niveles de conciencia. Es el proceso que llamamos metanoia, que no es concebido como “arrepentimiento”, o pase de una situación negativa a positiva, sino una transformación en la comprensión de la conciencia espiritual humana, de forma que se viva una vida iluminada guiada por el Creador Divino que está en el interior de nosotros, abandonando las formas egocéntricas e individualistas de vivir y comprender la vida, así como nuestro afán de comprender el propósito en ella.
Para comprender la transformación, lo que llamamos la metanoia de Jesús no se requiere de enormes dosis de fe sino comprender su humanidad la cual testifica la revelación del Creador Divino. Ese hecho es más que suficiente para comprender su amor por nosotros. En las escrituras el aspecto divino de Jesús cobra más protagonismo que su aspecto humano a pesar que fue en su naturaleza humana la que verdaderamente sufrió esa transformación, su metanoia. La naturaleza divina era una parte inherente a El por lo cual no existía necesidad de transformación alguna.
La parte teológica sobre los relatos de su vida no le hacen justicia al ser humano interpretado por Jesús. Su sacrificio por la humanidad constituye una de las experiencias más traumáticas que un ser humano pueda enfrentar...la crucificción y la muerte. Su expresión de amor hacia la humanidad que lo condenó fue uno de los actos más sublimes que un ser humano puede experimentar. Sin duda alguna su vida entre nosotros nos permitió conocer la bondad, el amor y la grandeza del Creador. A través de Jesús el Creador presenta su mensaje de vida eterna, el mensaje sobre su reino… palabras esperanzadoras para el mundo, para el ser humano, que mantienen una promesa, que no caducan, que mantienen su vigencia hoy día a pesar de la antiguedad de las mismas.
¿Podemos desde el aspecto humano revelar nuestro aspecto divino como lo hizo Jesús?
Lo grandioso de esos gestos de sacrificio, entrega y amor presentados por Jesús fueron expresados por el amor de su Padre hacia nosotros, por la aceptación de su misión, propósito y la unicidad con lo divino. En este contexto no podemos conocer a Jesús desde un punto histórico, teológico o divino exclusive. Debemos conocerle en todos los aspectos de su humanidad-divinidad, haciendo una contraparte de los sacerdotes, escribas e historiadores que se han mantenido con un solo lado del perfil de la historia de Jesús, la divina, como si revelar la esencia de la humanidad de Jesús restara méritos a su grandeza. Sin embargo, es en la humanidad de Jesús que la revelación del Creador encuentra su máxima expresión, demostrando lo capaces que podemos ser desde el aspecto humano. Revelar nuestro aspecto divino como lo hizo Jesús significa dejar que fluyera esa fuente divina en su alma, espíritu y cuerpo para sentir la unidad con su Creador. Las expresiones de Jesús explican que su Padre y El son lo mismo, son Uno. El que lo ve a El o cree en El, ve y cree en su Padre, repitió Jesús en las escrituras. Estas son algunas entre otras frases reveladoras que han sido mitigadas en las escrituras.
Los evangelios no realizan una transcripción precisa de los hechos, dejando mucho por explorar más allá de su papel de cordero y salvador. Los primeros años de Jesús, aún los que de ellos “no” sabemos o “no” se nos dice nada en las escrituras, encarnan a un hombre con una profunda metanoia en su vida. Esta visión que exploraremos es la vida de Jesús que nos lleva hacia el camino de liberación que El mismo caminó, que El nos trazó, pero como humanidad no hemos entendido aún o no deseamos comprender como le sucedió a los fariseos religiosos de las escrituras.
En los tiempos de Jesús existían los múltiples ritos, los distintos dioses, los innumerables dogmas, los centenares de mandamientos, la barbarie, las luchas, guerras, entre otras situaciones que aquejaban a la humanidad…un mundo en caos. Este fue el mundo en el que Jesús nació, creció y murió. Jesús vino a salvarnos, pero me parece que él vino a hacer mucho más… Jesús vino a enseñarnos cómo hacerlo, enseñando el camino y la verdad para lograrlo. En Jesús el mundo encuentra la esperanza..., ningún hombre había tomado tal postura ante la vida, ante la cultura, ante la religión como El lo hizo. Conquistó a miles sin armas, venció la muerte…el temor más arraigado en la raza humana.
¿Por qué lo hizo?
Las escrituras brindan esa respuesta. La pregunta a hacer es; ¿Cómo lo hizo? Jesús un judío piadoso de origen humilde procedente de Galilea. Pasó casi toda su vida dedicado a trabajos manuales, sin hacer nada aparentemente, nada extraordinario durante 30 años de su vida, de pronto sufre una transformación espiritual que lo lleva a abandonar su forma de vida, su familia, su actividad común, su trabajo, su rol social, para convertirse en un predicador ambulante, en un hombre extraordinario lleno del Espíritu. ¿Qué le impulsa a proponer una transformación radical de la sociedad, a enfrentarse con el poder religioso y civil hasta el punto de perder la vida en ese intento?
Esa es la metanoia de Jesús, la cual no empezó con el bautismo hecho por Juan, fue mucho antes en su vida…
Jesús pudo observar de cerca como vivía la gente, el hambre, la penuria, la enfermedad y la miseria del pueblo. Miró de frente las condiciones de los pobres y marginados, las injusticias a las viudas y los huérfanos, además de la opresión en la que vivían. Identificó la falta de igualdad de los opresores que poseían las riquezas… los herodianos y los sacerdotes nadaban en la opulencia e imponían yugos, dogmas, mandamientos y ritos con la excusa de la Ley, que ellos mismos no soportaban o cumplían.
Jesús sintió el sufrimiento y angustia de la gente en su carne mucho antes de ser crucificado. Comenzó a ayudar a la gente, sanando a los enfermos, y resucitando a los muertos. Dentro de El se alimentaba la esperanza que todos entendieran la relación de unos con otros y su importancia, aspiraba a que todos lograran una transformación de la forma de actuar entre las personas. El pensaba que era necesario que cambiáramos radicalmente de actitud e insistía que necesitábamos cambiar nuestro egoísmo y nuestra forma cerrada de vernos a nosotros y a nuestros semejantes. Estaba radicalmente en contra de la injusticia, de la opresión, de la hipocresía y de los ritos vacíos, pero parecía comprender la naturaleza humana de forma diferente. Entendió por que su misión iba dirigida a compartir la vida de los pobres, a rescatar la dignidad de estos en medio de tanta pobreza e injusticia. A partir de ese momento no existió una separación entre su persona y los que sufrían. Jesús descubrió su misión en el silencio y en la oscuridad de los problemas de la vida, desde su aspecto humano, con el mismo esfuerzo y la misma incertidumbre que afrontamos todos. Su punto de partida, que se convirtió en el centro de su mensaje, es sentir la proximidad de lo divino, hasta identificarse con El Padre, en una experiencia de unidad. Todo su mensaje fue a partir de ese momento el resultado de un dialogo íntimo en su interior. Encontró su humanidad y mostró su divinidad.
No era necesario, ni conveniente, alejarse de la forma de vida de la gente, no había que rechazar lo que la vida ofrecía, era posible sonreír con las cosas y disfrutar de ellas. El espíritu que escuchaba en su interior le llevaba a decir que todo era bueno, y que todo era santo y estaba lleno del espíritu divino. Pero había que vivir libre, no sometido al error de la separación. Era una condición radical de la voz que escuchaba, debía soltar todas las amarras con la vida para estar disponible a la acción de liberación que debía ser hecha. Por ello su vida se enfocaba como un mensaje de pobreza y riqueza al mismo tiempo. Pobreza aparente pues no poseía nada y riqueza porque al ser parte de todo, todo era suyo al mismo tiempo.
Lo más triste de una persona pobre es que sólo tiene mucho dinero…
Jesús aprendió que no debía esperar ver resueltas milagrosamente todas las necesidades. Aprendió a pasar penalidades y sentirse abandonado a pesar del espíritu que lo llenaba. Esta experiencia puede ser contradictoria, y añadía en muchos momentos de su silencio una oscuridad que al principio no comprendía, pero pronto percibió que la vida humana ha de ser independiente. Aprendió que el Dios Creador al que empezaba a llamar Padre intimo, y que percibía desde dentro, le dejaba solo y libre en las tareas humanas, no le daba de comer como incluso hizo con el pueblo en el desierto, ni de beber, ni resolvía las necesidades de cada día, sino que eso había de ser la tarea de los hombres actuando en función del espíritu interior.
Otra fase de su aprendizaje en soledad fue la comprensión de la clave de su vida. Esta suponía la aceptación no solo del desequilibrio inherente de toda la existencia, lo que producía la tensión dramática de la vida, sino la propia naturaleza especial de los que deciden seguir los designios del espíritu. Al proclamar la buena nueva de la renovación de las relaciones humanas y de las relaciones de los hombres con Dios dentro y fuera de ellos mismos, suponía una denuncia de las condiciones injustas de opresión que ejercían los poderosos, tanto religiosos como políticos. Por ello significaba un camino de sufrimiento y entrega, un camino de denuncia y riesgo, que implicaba ser perseguido, no aceptado y poner en riego su propia existencia humana. El lo expresaría después cuando dijera: “bienaventurados seréis cuando os insulten, os persigan y os calumnien de cualquier modo por causa mía…”. El mismo sintió en el silencio el peso de su mensaje y la consecuencia dolorosa del mismo. Ahí encontró su fragilidad. Ahí encontró su espíritu de entrega y sacrificio.
También comprendió como el nuevo mundo que se le abría, era un mundo en que había que pasar por la renuncia al poder y el control sobre otros. Vio su misión profética como una misión de servicio, de cambio radical de la forma de relacionarse unos con otros, sobre condiciones de igualdad, de donación y de justicia, por ello concretó su rechazo a la imposición violenta al mundo, y su proclama de una actitud de servicio al lado de los que más lo necesitaban.
El corazón de Jesús se llenó de alegría al percibir la presencia del espíritu divino en todas las cosas. Sintió radiante como se manifestaba en cada momento, en cada gesto pequeño, en cada cosa, en cada animal, planta o humano que le rodeaba. Eso le permitió ver directamente cuál era el origen de la transformación, una intervención decisiva, permanente, ver lo divino en cada momento en el interior de todo. Bailaba y cantaba con los pájaros de la orilla del Jordán, con los pequeños animales del desierto, con las nubes y las arenas interminables. Su vida se volvió un poema de amor que supo podía transmitir como un grito de esperanza.
El consideraba necesario un cambio del corazón, como El lo experimentó en sí mismo; pero este cambio era ya accesible a todos, y estaba ya actuando, estaba presente aquí y ahora. No era algo del futuro, no era algo del fin de los tiempos. Este cambio era el que habría de crear el nuevo tiempo. Con él terminaría el sufrimiento. Con él se resolverían las penalidades. A través de él el espíritu divino se manifestaría desde cada persona, desde cada grupo, y esto cambiaria las condiciones de la sociedad creando un mundo diferente. No había pues que alejarse de la vida, sino ir a la fuente de la vida y celebrarla, transformarla desde dentro. Esto es lo que aprendió y realizó Jesús en el silencio.
Jesús fue el Mesías que comprendió y nos mostró el rostro de Dios, lo divino que existe en el interior de nosotros mismos de una manera humilde, de entrega y aceptación de las esperiencias que suponen los caminos humanos. A pesar de la vulnerabilidad y la incertidumbre de la humanidad, la vida es un proceso evolutivo, necesario para nuestro crecimiento espiritual. Su nivel de conciencia, de conocimiento le permitió entender que su Padre y El son Uno y que todos a pesar de nuestras múltiples diferencias somos parte de El, por ende de su Padre, El Creador. Jesús lo dijo una y otra vez: si me ven a mí ven al Padre. De la forma como actuaba, expresó de la mejor manera las cualidades del Espíritu Divino que predicaba y al que llamo Padre, y que situó dentro de cada uno de nosotros.
La unidad intrínseca de todo lo que existe, de su verdadera naturaleza divina, espiritual nos permite conocer que el Creador no existe fuera de nada de lo creado. No es separado de lo que existe, sino que está entramado en la propia evolución de las cosas, siendo la sustancia misma del Universo. El Pleroma es la expresión completa de lo divino en lo existente, ese es el ejemplo de Jesús, de nosotros mismos, ¡somos el pleroma!, la expresión de esa creación. No puedo concebir un Dios Creador externo y separado de su creación, de la naturaleza que lo rodea, de los humanos que se relacionan entre sí con la sustancia y fuente divina en una historia de amor y odio, justicia y pena, perdón o castigo.
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